¿Cuántos vinos tucumanos probaste en el último año? ¿Cuántas etiquetas locales encontraste en una góndola o en la carta de un restaurante? Si sos un consumidor habitual de la bebida nacional, quizás reconozcas algunos nombres. Pero para la mayoría, esas referencias son todavía escasas y casi invisibles frente al dominio de Cuyo, la región que concentra la mayor parte del mercado vitivinícola argentino.

En “Al gran pueblo argentino, salud”, el historiador Felipe Pigna recuerda que ya en los documentos coloniales del siglo XVI se mencionaba a la “comarca del Tucumán”, integrada en la gobernación creada por la Corona española, que abarcaba la zona que en la actualidad se extiende desde Jujuy hasta Córdoba. Esa referencia sitúa a la región en el mapa administrativo de los primeros tiempos coloniales. Por esos mismos años comenzaban a llegar a estas tierras las primeras uvas traídas desde Chile, que encontraron en el noroeste argentino un ambiente propicio para su desarrollo.

Cinco siglos después, en los viñedos tucumanos conviven cepas emblemáticas y otras variedades que ganan espacio en nuevas experiencias de vinificación. El torrontés, nuestra uva insignia, comparte territorio con tintas clásicas como malbec, cabernet sauvignon, tannat, syrah, cabernet franc, merlot, tempranillo y bonarda, además de blancas como viognier y la tradicional criolla. Un mosaico que refleja la diversidad y el potencial de los Valles Calchaquíes.

El vino cuenta quiénes somos

El vino no solo se bebe, también se reconoce. Cada etiqueta es un gesto de pertenencia y un recordatorio de que estas montañas también saben hablar en voz de vino. Falta que aprendamos a darle el valor que merece dentro de nuestra propia mesa.

Los vinos tucumanos del Valle Calchaquí poseen un atributo diferencial: se producen en altura extrema, entre los 1.800 y los 3.000 metros sobre el nivel del mar, en un valle rodeado de montañas. Esa geografía permite al viticultor decidir con precisión el momento de la cosecha y, con ello, el estilo de vino a elaborar. El resultado son etiquetas de alta gama que han obtenido numerosos premios nacionales e internacionales, colocando a la provincia en el mapa de los vinos más destacados del país.

Vinos y comida casera: una aldea oculta entre montañas anaranjadas del norte argentino

Detrás de cada bodega no solo hay trabajo vitivinícola, también hay historias de vida y de apuestas que trascienden fronteras. El caso de la familia Spaini es un ejemplo elocuente: desde Italia decidieron invertir en Colalao del Valle y, en pocos años, lograron que su malbec Albarossa recibiera una de las calificaciones más altas otorgadas por el prestigioso crítico James Suckling. Giacomo y Niccolò Spaini encontraron en el amanecer vallisto el impulso para crear un proyecto que combina tradición europea y espíritu local. Su historia muestra que nuestro vino es una construcción cultural y económica que, con visión y decisión, puede competir en un escenario global cada vez más exigente.

No obstante, los desafíos siguen presentes. La superficie cultivada continúa siendo limitada y el crecimiento del sector demanda políticas públicas que acompañen la expansión de los viñedos. En medio de ese panorama, el torrontés (cepa autóctona argentina y emblema de los Valles) es motivo de orgullo: da origen a vinos blancos perfumados, frescos y de gran carácter aromático. Su maridaje natural con la empanada tucumana es casi una declaración de identidad: nacieron para encontrarse en la misma mesa.

Cómo es la visita con el maridaje soñado en los Valles Calchaquíes: vinos y el brillo de las estrellas

Otras variedades están siendo incorporadas con buenos resultados, lo que abre un camino de experimentación y futuro para la vitivinicultura local. A este potencial se suma la ventaja de estar sobre la emblemática Ruta 40, que constituye un corredor estratégico para el enoturismo. Todo ello convierte a nuestros vinos en productos de altura y calidad, con condiciones únicas que pocas regiones del mundo pueden ofrecer.

Del turismo a la innovación

En los últimos años, el Ente Tucumán Turismo (ETT) lleva adelante un trabajo sostenido para posicionar las etiquetas locales. Hoy la provincia cuenta con 18 bodegas productivas, de las cuales 11 integran la Ruta del Vino de Altura. Estas últimas no solo elaboran y comercializan sus vinos. También ofrecen experiencias enoturísticas que van desde degustaciones y catas hasta almuerzos criollos, recorridos guiados y eventos especiales, ampliando la vivencia mucho más allá de la copa.

Los vinos tucumanos ganan una mayor exposición en la vidriera internacional

Hace algunas semanas, el embajador de Portugal visitó tres bodegas y abrió la puerta a un intercambio inédito. El próximo paso será un viaje a su país para conocer de cerca sus métodos de cultivo y analizar variedades que podrían adaptarse al valle. La comparación es elocuente: mientras en Tucumán se trabaja con un puñado de cepas, en Portugal manejan más de 190, con el Oporto como emblema. El proyecto busca aprovechar el Campo Experimental Encalilla (ubicado entre Amaicha del Valle y las Ruinas de Quilmes) para ensayar nuevas uvas y, desde allí, difundir las más aptas a lo largo de la Ruta 40.

Un interrogante es si el Valle Calchaquí será siempre el único escenario posible para la vitivinicultura tucumana. Algunas pruebas comienzan a abrir el juego: camino a San Pedro de Colalao (Trancas) avanza la construcción de una nueva bodega. ¿Qué podremos encontrar en esas futuras botellas? Cualquier resultado puede sorprender. La experiencia nacional demuestra que no hay límites estrictos: la Argentina es uno de los países con mayor extensión vitivinícola del mundo y produce vinos en casi todos sus rincones. Incluso Santiago del Estero logró sumarse en la última década, pese a las altas temperaturas de sus veranos.

Los vinos tucumanos van ganando espacio en ese Olimpo reservado para las altas gamas

El reto ya no es comprobar si podemos producir vinos de calidad (eso está demostrado), sino lograr que esas etiquetas ganen mayor presencia en un mercado dominado por los mendocinos, sanjuaninos y salteños. Con la fuerza del enoturismo y la apuesta a nuevas variedades, la provincia tiene las condiciones para pasar de la periferia al centro de la escena vitivinícola.